Nazaret Castro
“Las mujeres han sido naturalizadas y la Naturaleza, feminizada, concebida como una fuente de recursos infinitos: el capitalismo, en su necesidad de expansión infinita, es una de las formas de la voluntad de dominio patriarcal”, sintetiza la filósofa ecofeminista Alicia Puleo, que resume el ecofeminismo con dos palabras: “autocuidado y justicia global”. En palabras de Cristina Alonso, activista de Amigos de la Tierra, “el sistema es capitalista y es patriarcal: lo uno necesita de lo otro porque en verdad se trata del mismo régimen”. Y, por lo tanto, la búsqueda de soluciones y el tejido de resistencias deben ir, también, de la mano.
Ese vínculo entre el capitalismo en su fase neoextractivista, que avanza de modo acelerado y depredador sobre los territorios, se evidencia en el Sur global. Allí, cree la feminista y académica argentina Verónica Gago, “los feminismos están vinculados a las luchas antiextractivas, que son luchas campesinas e indígenas históricas”. Desde esa convergencia de las luchas, “la noción de cuerpo y territorio es una clave poderosa para entender por qué el patriarcado explota y oprime algunos de ellos con especial ensañamiento”.
El extractivismo es patriarcal
“La consigna política ‘El extractivismo es patriarcal’, que se ha difundido en conflictos recientes, expresa la capacidad del movimiento feminista para hacer un análisis que da cuenta de la crisis civilizatoria”, agrega Gago. Las trabajadoras rurales argentinas, desde movimientos como la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), afirman que “el agronegocio es patriarcal” . Y no debiéramos olvidar que el agronegocio, y el sistema agroalimentario en su conjunto, es un elemento clave para frenar la crisis climática: en 2014, un informa de la Vía Campesina calculó que entre un 47 y un 57% de todas las emisiones gases de efecto invernadero tienen que ver, directa o indirectamente, con el sistema agroalimentario.
Salir de la mirada desarrollista
“Los feminismos ‘blancos’ y occidentales han tenido una mirada desarrollista, no han sido críticos con nuestros estilos de vida”, reflexiona Marta Pascual, activista del área de Ecofeminismo de Ecologistas en Acción en Madrid y de Feministas por el Clima. ¿Cuál puede ser, entonces, el rol de un movimiento en el que converjan las demandas ecologistas con las feministas? “Debemos cuestionar el modelo de producción y consumo, y rechazar las soluciones individualistas que propone el sistema, para avanzar hacia soluciones colectivas”, afirma Cristina Alonso, de Amigos de la Tierra.
“En los últimos años ha habido un crecimiento de la conciencia ecologista dentro del movimiento feminista”, apunta Pascual. “Cada vez hay más estudios que documentan que la pobreza ambiental es una pobreza muy feminizada, que ellas corren mayores riesgos cuando se ven forzadas a migrar por emergencias climáticas; al mismo tiempo, va calando la idea de que las mujeres son una fuerza transformadora, por su capacidad de intervenir, de sostener los cuidados; y esto lleva a una valorización de los saberes tradicionalmente asociados a las mujeres, que se ajustan al equilibrio ecológico”, añade.
¿Hasta qué punto, sin embargo, estas preocupaciones han calado en el feminismo mainstream? “Es difícil, porque el feminismo responde a cuestiones más inmediatas, como el acoso sexual, la maternidad forzada o la violación; tomar conciencia de la injusticia climática y de cómo nos afectará requiere más información científica, más empatía con humanos y animales, y una actitud decidida de prevenir el daño futuro. El feminismo mainstream no ha tomado nota aún de la época geológica e histórica tan especial que vivimos, y por tanto, no siente la necesidad de priorizar cuestiones como la insostenible sociedad de consumo o la destrucción llevada a cabo por las corporaciones del agronegocio o la megaminería. Es difícil, pero no imposible”, opina Puleo.
Antídoto contra el ‘greenwashing’
Un movimiento social donde converjan las demandas del feminismo y del ecologismo, que ponga en el centro el sostenimiento de la vida, puede ser, también, la vacuna contra las recetas del capitalismo verde o de eso que llaman greenwashing; es decir, la pretensión de que con pequeñas medidas aisladas podemos resolver el problema de la sostenibilidad, sin poner en jaque al sistema económico en su conjunto. Desde Argentina, Gago lo explica así: “Creo que los feminismos territoriales, populares, disidentes son clave para profundizar estas luchas y para evitar la captura mainstream y edulcorada que pretende imponer falacias como capitalismo verde o marketing ambientalista”.
Definiendo el campo de batalla
De ahí que, el 8 de marzo de 2019, la huelga de cuidados y la huelga laboral fuesen simultáneas a una huelga de consumo. “Lo que se pretendía era denunciar que el sistema productivo es un campo de batalla. Las mujeres del Sur global están defendiendo territorios que son fundamentales para la sostenibilidad de la vida del planeta; esas prácticas nos muestran el camino. Y nuestro camino aquí pasa por denunciar qué es lo que hay detrás de una cadena de producción”, señala Pascual.
Eso es algo, recuerda Cristina Alonso, “que la economía ecológica ya venía trabajando, pero es con el feminismo que se incorpora el tema de los cuidados, que es la base del iceberg” y muestra cómo el sistema, para su reproducción, necesita del trabajo que realizan los cuerpos feminizados. “Con ambos enfoques de la mano, se pueden visibilizar todas las externalidades, que no son sólo ambientales, sino también sociales”, abunda Alonso.
“El feminismo ha de practicar la sororidad internacional, y eso pasa, hoy, por la ecojusticia para las mujeres que habitan países empobrecidos”, cree Alicia Puleo. En definitiva, la convergencia entre ecologismo y feminismo no sólo permite un diagnóstico más atinado, sino que propone también los caminos de resistencia y previene de la cooptación de las luchas por el sistema capitalista.
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